the place
good thing they’re not here
here my friend’s wife would fit, who was once
my wife too in all the metaphysical senses.
here that peach tree would fit, the one
in the right-hand corner of my cell, whose colorless
buds announced the coming of March;
here the whirling orgies would fit, listless colorless
nights brightened by amber lights and stolen
liquor.
here would fit all of the years of the decade of the 80s.
here would fit the remains, the faithful deceased,
the five boys who wore keychains for holding more
keychains in their holey pockets; the ones who slid
the lance of sound into the softest side of god;
the ones in love with themselves; them;
here would fit all the words i didn’t write in seven
years; the words that left from the hand of the girl
dead from founding an immobile empire
inside and below.
here would fit a light that i have not seen since and cannot
describe and so remember.
here too would fit the boy who whispered
marijuana into rice paper while learning of
the possible meanings and the impossible meanings
of the word vapor;
and the days of running fast toward nowhere would fit
chased only by the dark eyes
of the police and their phalli;
and the furious would fit who demanded the impossible
and stole purses and wanted to live under the opened rose
of the revolution seeing us only in its peripheral vision;
here the feminists would fit who placed mirrors under their sex
to catch sight of the thick livid slow fall
of menstruation;
and the lunatics would fit, those who remained on a voyage
of the mushrooms between trebles of colors saying
that they were endeared;
and the whores would fit who gave us their favor on the
grass in exchange for the radiance of some words
that clink like coins.
Here would fit the total and half truth and the trick
and the complete lie.
Here the adorable thin girl with eyes
atrociously black who made her legs two beams
and ground the sexes;
and that boy who offered me coffee and i thought
coffee but he meant coffee;
and the singer born in Tampico who was lucky enough
to meet death the 19th
of september in 1985
with his glass still brimming, his distant instant,
his instant of forgetting;
here would fit the butt of all jokes, the thief who sung
the alteration is altered and claimed he wasn’t gay but
a slut;
and all of the sluts would fit, the fairiest of fairies
dressed in saliva and sequins who would gather
the neglected under the asymmetrical fronds of their eyes
run with liner and laughter;
and that green-eyed leninist who surrounded himself with
a jungle fragrant with desirous manly men
stupid as thickets;
here would fit the sellout i was, my idiocy of tying
untying that rose in my morning veins
asking for death, blood, something total.
here, in this room of perfect white walls
would fit all of their shadows, their breaths, their manners
of wounding and falling and falling down flat
again and crashing down like sometimes memory and speed do.
They would fit, it’s true, but good thing they’re not here.
* * * * *
the judge
there exist years between us
smell of joined words and many hours
a dawn that looked blue through the window and made
us think of something extensive (infinite smoke, malice, tamarinds).
we looked at each other with the blind wink of mirrors so many
times
under the shiver of the drizzle the same umbrella
covered us in August.
we passed over the sidewalks like over abysses.
did the droplet exist that swarmed my organism?
your name tasted like parentheses, i think.
i think you were the sound of the squeaking door,
the angle of light, a dress.
i think one night you arrived at the bar in pajamas
and your hair wet with mandarins.
i think there was dust and cocaine under your soles
when the dog of nostalgia bit at your ankles.
that i knew you like the map of my hands, i think.
did the smoke of a thousand cigarettes exist?
your name was the days when I was happy.
when you were called Bolivar, in your right eye there was
a Chinese restaurant and the left one was empty.
your slumped shoulders meant complicity next to mine.
we lived in the prehistoric universe of lonely women,
i think.
before records were invented, we inscribed
shadows on the white wall and the floor.
i think that in the grammar of our bones
our bodies were ellipses.
you were called Largest City in the World.
you were called fortunately.
all things bore your name and when I wanted to say all
things I murmured your dearest name.
did the book exist and, in the book, did the pages of the book exist?
there are years dizzied by alcohol between us, indescribable
lights, hours swallowing their tails.
did the lights exist?
we painted our nails together, I think.
did the lights exist?
tell me the lights existed.
tell me that you still breathe the smoke of a thousand cigarettes.
tell me that there is a cold droplet dripping down
the necks of all Augusts
that there were puddles of Chinese ink between the pages
of the book, tell me.
maybe you shouldn’t say anything.
the smell of joined words is your smell, i think. gray smoke.
morning breath.
menstrual pond where cartilages of children
are sunk.
mire.
did the lights exist?
were there ever sidewalks broadening like abysses?
i never knew your name.
i think i never went down to the basement of your jail cells.
i think i never heard, ever,
the death sentence you gave me.
The punishment.
* * * * *
i, el lugar
qué bueno que no están
Aquí cabría la mujer de mi amigo, que alguna vez fue
también mi mujer en todos los sentidos metafísicos.
Aquí cabría aquel árbol de duraznos, el que estaba
en la esquina derecha de mi celda, cuyos brotes sin
color me anunciaban el advenimiento de marzo;
aquí cabrían las orgías torvas, lánguidas noches sin
calor alumbradas por las luces ambarinas y el licor
robado.
Aquí cabrían todos los años de los años 80.
Aquí cabrían los humanos restos, los difuntos fieles,
los cinco muchachos que cargaban llaveros de muchos
llaveros en sus bolsillos agujerados; los que colocaban
la lanza del sonido en el costado más suave de dios;
los enamorados de sí mismos; los;
aquí cabrían todas las palabras que no escribí en siete
años; las palabras que se fueron de la mano de la niña
muerta a fundar un imperio inmóvil adentro y abajo.
aquí cabría una luz que no he vuelto a ver y no puedo
describir y por eso recuerdo.
Aquí cabría también el muchacho que arrullaba
marihuana en papeletas de arroz mientras averiguaba
los sentidos posibles y los sentidos imposibles
de la palabra vaho;
y cabrían los días de correr rápido hacia ningún lado
perseguidos únicamente por los ojos oscuros
de los policías y sus falos;
y cabrían los furibundos que exigían lo imposible
y robaban carteras y querían vivir bajo la rosa abierta
de la revolución que solo nos miro de lado;
aquí cabrían las feministas que se colocaban espejos
bajo el sexo para espiar la lívida lenta untosa caída
del menstruo;
y cabrían los pirados, los que se quedaron en un viaje
de hongos entre tréboles de colores diciendo
que estaban encantados;
y cabrían las putas que nos hacían el favor sobre la
hierba a cambio del resplandor de algunas palabras
que tintineaban como monedas.
Aquí cabría la neta y la verdad a medias y la engañifa
y la mentira completa.
Aquí cabría la adorable flaca muchacha de ojos
atrozmente negros que hizo dos aspas de sus piernas
y trituró los sexos;
y aquel muchacho que me ofreció café y yo entendí
café pero él quería decir café;
y el cantor que nació en Tampico y tuvo la suerte
de encontrar a la muerte el 19
de septiembre de 1985
todavía con su vaso henchido, su distante instante,
su instante de olvido;
aquí cabría el bufón de todos, el ladrón que repetía
la alteración está alterada y decía que no era gay sino
puto;
y cabrían también todos los putos, las locas loquísimas
vestidas de saliva y lentejuela que coleccionaban
abandonos bajo las frondas desiguales de sus ojos
chorreados de rimel y de risa;
y aquel leninista de ojos verdes que se rodeó de una
selva olorosa a adolescente deseosos viriles tontos
como enredaderas;
aquí cabría la fichita que fui, mi locura de atar
desatar que se asomaba en las venas matutinas
pidiendo muerte, sangre, algo total.
aquí, en este cierto de perfectos muros blancos
cabrían todas sus sombras, sus alientos, sus maneras
de herir y de caer y de volver a caer de bruces
y de golpe como a veces el recuerdo y la velocidad.
Aquí cabrían, es cierto, pero qué bueno que no están.
* * * * *
la juez
Hay años entre las dos
olor a palabras juntas y muchas horas
una madrugada que apareció azul por la ventana y nos
hizo pensar en algo largo (infinito humo, maldades, tamarindos).
Nos miramos con el guiño ciego de los espejos tantas
veces
bajo el escalofrío de la llovizna el mismo paraguas
nos cubrio de Agosto.
Íbamos sobre las banquetas como sobre abismos.
¿Existió la gota que me erizó el organismo?
Tu nombre sabía a paréntesis, creo.
Creo que eras el ruido de la puerta que rechina,
el ángulo de luz, un vestido.
Creo que una noche llegaste a la cantina con la pijama
puesta y el cabello húmedo de mandarinas.
Creo que había pólvora y cocaína bajo tus suelas
cuando el perro de la nostalgia te mordió los tobillos.
Que te conocía como el mapa de mis manos, creo.
¿Existió el humo de mil cigarrillos?
Te llamabas días en que fui feliz.
Cuando tu nombre era Bolivar, en tu ojo derecho había
un restaurant chino y el izquierdo estaba vacío.
Tus hombros caídos querían decir
complicidad a la par de los míos.
Vivíamos en el universo prehistórico de las mujeres
solas, creo.
Antes de que se inventaran los registros, inscribimos
sombras en el muro blanco y en el piso.
Creo que en la gramática de los huesos nuestros
cuerpos eran puntos suspensivos.
Te llamabas Ciudad Más Grande del Mundo.
Te llamabas afortunadamente.
Te llamabas todas las cosas y cuando yo decía todas
las cosas murmuraba tu nombre más querido.
Existió el libro y, dentro del libro, existieron las páginas del libro?
Hay años mareados de alcohol entre las dos, luces
indescriptibles, horas mordiéndose la cola.
¿Existieron las luces?
Nos pintamos las uñas juntas, creo.
¿Existieron las luces?
Dime que existieron las luces.
Dime que todavía respiras el humo de los mil
cigarrillos.
Dime que hay una gota de frío resbalando por
los cuellos de todos los agostos
que había charcos de tinta china entre las páginas
del libro, dime.
Mejor no digas nada.
El olor a palabras juntas es tu olor, creo. Vaho gris.
Aliento matutino.
Estanque menstrual donde se hunden los cartílagos
de los niños.
Lodazal.
¿Existieron las luces?
Hubo alguna vez banquetas que se abrieron como
abismos?
Nunca supe tu nombre.
Creo que nunca bajé al sótano de tus celdas.
Creo que nunca o, nunca
la condena a muerte que dictaste para mí.
La pena.
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For Ron Slate’s review of Grieving, Cristina Rivera Garza’s nonfiction work on the deaths resulting from Mexico’s narco war, click here.
For his review of her novel The Iliac Crest, click here.